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En Anatomía de la melancolía
Traducción del inglés y prólogo de Antonio Portnoy
Excelencia del Hombre. - El hombre
es la más excelsa y noble de las criaturas del mundo, «la más
importante y más potente obra de Dios, maravilla de la naturaleza»,
según lo calificó Zoroastro; audacis naturae rniraculura, «la maravilla de las maravillas», al decir de Platón; «cifra y compendio del mundo», según Plinio.
Es un microcosmos, un mundo en pequeño, dechado de
la Creación, señor soberano de la Tierra, virrey del mundo, único amo y
gobernante de todos los seres que lo pueblan, de cuyo imperio esos seres
son meros vasallos o súbditos que se avienen a prestarle obediencia.
Descuella sobre todo el resto de la Creación por la superioridad de su físico y de su espíritu. Imaginis imago, fué
creado a imagen y semejanza de Dios, de su propia substancia inmortal e
incorpórea, con todas las facultades y potencias que le son propias.
Ha sido al principio puro, divino, perfecto, dichoso, «creado a ejemplo de Dios en verdadera santidad y justicia»; Deo congruens, libre
de dolencias de cualquier especie y puesto en el Paraíso para conocer a
Dios, para admirar y glorificar al Señor, para hacer su voluntad, ut diis consimiles parturiat deos (como expresó un poeta antiguo) y para propagar el sagrado culto.
Degeneración y Miseria del Hombre.
- Pero esta criatura, la más noble de todas, ¡oh lastimosa mutación!,
como exclama Palanterio, decae de lo que fue y degenera en su estado,
convirtiéndose en un hombrecillo miserable, en un náufrago y
ruin sujeto, una de las más míseras criaturas del mundo, si se la
considera en su naturaleza propia, un ser que no se regenera y así
ensombrecido por sus faltas que lo hacen inferior al animal (exceptuando
algunos pocos caracteres que conserva), «cuando pierde la dignidad
humana se asemeja a una alimaña que perece», como dijo de él David en
sus Salmos, a un monstruo, por estupenda metamorfosis, a un
zorro, un perro, un cerdo. ¿Qué no es entonces? ¡Y cuánto se aleja de lo
que fue! Al principio, un santo y un bienaventurado, ahora un ser
mísero y execrable. Debe ganar el pan con el sudor de su frente, como se
lee en el Génesis, y está amenazado por la muerte y por toda especie de
enfermedades y de calamidades.
Kudo es el trabajo impuesto a los hombres y pesado
el yugo que deben soportar los hijos de Adán, desde e] día que salen del
vientre materno hasta que vuelven a la madre de todo lo creado. La idea
de la muerte los persigue y son víctimas de sus propios pensamientos,
sus temores y los engendros de su imaginación.
Comenzó el hombre por sentarse en glorioso trono
para caer muy bajo hasta la región de la tierra y las cenizas; vistióse
de fina seda azul y luego usó ropas de lienzo basto o estameña. Tanto el
ser racional como el irracional conocen la ira, la envidia, la
aflicción, la inquietud, el temor a la muerte, etcétera, pero mucho más
hacen presa esos sentimientos en el impío o el ateo. Todo ello le sucede
en esta vida y quizá sea anuncio de eterna miseria y sufrimiento en la
vida futura.
Causa Instintiva de los Malestares y Enfermedades del Hombre.
- La causa determinante de los malestares del hombre, de las
enfermedades y la muerte, de todos los castigos temporales y eternos, es
el pecado de nuestro primer padre Adán cuando comió el fruto prohibido
por instigación y seducción del diablo. Su desobediencia, orgullo,
ambición, intemperancia, escepticismo y curiosidad- de donde procede el
pecado original y la general corrupción de la humanidad- es la fuente de
donde fluyen todas las inclinaciones malsanas y todas las faltas o
transgresiones que causan nuestras desdichas, nacidas de nuestros
pecados. Esto es probablemente lo que los poetas han querido expresar en
el cuento de la caja de Pandora, la que al ser abierta, debido a su
curiosidad, sembró por doquiera toda clase de enfermedades.
No ha sido sólo la curiosidad, por cierto, sino los
demás pecados humanos lo que nos ha traído todas las plagas y
malestares que venimos padeciendo. Como se lee en los Salmos, los
insensatos se sienten atormentados a causa de sus faltas y sus
iniquidades. El temor nace a semejanza de la tristeza repentina y el
aniquilamiento se origina como el torbellino, la aflicción y la
angustia, porque se ha perdido el temor a Dios. «¿Estáis agitado por
luchas guerreras? -pregunta con palabras apremiantes Cipriano a
Demetrio-; ¿sufrís privaciones y hambre?; ¿vuestra salud está
quebrantada por crueles dolencias? ¿La humanidad toda está aquejada de
enfermedades epidémicas? Todo esto se debe a vuestros pecados». (Amos y
Jeremías).
Dios se muestra irritado, amenazador y vengativo
debido a que con gran terquedad los hombres no quieren volver a Él. «Si
la tierra es estéril por falta de, lluvias, si a causa de las
sequías no da frutos, si las fuentes se han secado y los viñedos, el
trigo y los olivares están destruidos, si la atmósfera está contaminada y
los hombres aquejados de enfermedades, todo esto es debido a sus
pecados»; y pareciera que la sangre de Abel clama venganza. «Por culpa
de nuestros pecados hay mucha tristeza en nuestros corazones», dice el
profeta Isaías. «Gruñimos como los osos y nos quejamos como las palomas,
y la salud nos falta por culpa de nuestros pecados y excesos». Pero no
podemos soportar que se nos hable de ello, según expresa Jeremías. «En
vano recibimos el castigo, pues no nos corregimos»... «Tú los has
azotado, pero ellos no se lamentan y se niegan a enmendarse y volver a
Ti. Los has castigado con la peste, pero ellos no han vuelto a Ti».
(Amos, IV). Herodes no pudo ocultar a Juan Bautista ni Domiciano a
Apolonio que las causas de la plaga de Éfeso fueron la injusticia, el
incesto, el adulterio y otros vicios semejantes. (Filóstrato, Vida de Apolonio).
Por mi parte digo que la justa sentencia de Dios
consiste en el castigo de nuestra ceguera y obstinación como causa
principal o concomitante de esos males. Dios nos castiga por nuestros
pecados y para satisfacer su cólera. Debemos obedecer la ley divina,
pues de lo contrario sufriremos castigo, como puede verse ampliamente en
el Deuteronomio: «Si no quieren obedecer al Señor y seguir sus
mandamientos y órdenes, entonces todas sus maldiciones caerán sobre
ellos. La maldición llegará a la ciudad y al campo. Maldita será también
la descendencia del hombre, etc. El Señor te enviará calamidades y
males vergonzosos por tú maldad e inmoralidad». Y algo más adelante: «El
Señor te castigará con las plagas de Egipto, con pústulas, sarna y
comezón, sin que puedas curarte; con la demencia, la ceguera y
trastornos cardíacos». Según San Pablo, «el que obra con maldad sentirá
tribulación y angustia». Otros de tales castigos nos son infligidos para
nuestra humillación, para poner a prueba nuestra paciencia en esta
vida, para que nosotros mismos conozcamos a Dios y para que aprendamos a
ser prudentes y discretos. En Isaías se lee: «Por eso mi pueblo está
cautivo, porque carece de saber... La ira de Dios se ha encendido contra
su pueblo y ha alzado su brazo sobre él». Empero, el Altísimo desea
nuestra salvación: Nostrae salutis avidus, dice Lemnio, y por
eso muchas veces nos da «un tirón de orejas» para despertar en nosotros
la conciencia de nuestros deberes. «Los que han errado pueden tener
agudo entendimiento y ser regenerados», como expresa Isaías. «Una
congoja mortal me domina», dice David de sí mismo en los Salinos. «En la tristeza de mis ojos se refleja mi aflicción», añade, y esto la hace volver la mirada a Dios.
Alejandro Magno, en medio de su opulencia,
deificado por una turbamulta de zánganos y convertido de hecho en un
dios, cuando se sintió gravemente enfermo acordóse de que al fin y al
cabo era un simple mortal y depuso su orgullo: In morbo recolligit se animus, como
Plinio anota con frase penetrante. «Durante la enfermedad la mente
reflexiona sobre sí misma y a sí misma se juzga, repudiando la conducta
pasada», y termina diciendo a su amigo Mario: «Llegaríamos a la cúspide
de la sabiduría si cumpliéramos siquiera en parte la promesa que
hacemos, estando enfermos, sobre nuestro futuro comportamiento».
Cuando se goza de bienestar no huelga tener
presente la advertencia de Moisés: «No hay que. olvidar a Dios», y en
vez de mostrarse engreído es preciso reconocer los dones y beneficios de
Él recibidos. «Y cuantos mayores son esos beneficios, tanto mayor debe
ser la gratitud» (como dice Agapetiano) y más moderado el usufructo de
los mismos.
Causas Físicas de Nuestras Enfermedades.
- Las causas físicas de nuestras enfermedades son tan distintas como
las enfermedades mismas, y están representadas por los astros, las capas
celestes, los elementos de la naturaleza, etc.
Todos los seres creados por Dios han sido provistos
de armas para luchar contra los pecadores. Hubo una época en que
realmente fueron buenos y si después muchos se hicieron malos, no ha
sido por su propia naturaleza sino por la corrupción del género humano.
El desliz de nuestro primer padre Adán produjo un primer cambio en los
seres, la maldición de la Tierra, la alteración de la influencia de los
astros; e hizo que los cuatro elementos, los cuadrúpedos, los pájaros y
las plantas estuviesen siempre dispuestos a causarnos daño. «Las
principales cosas destinadas al uso del hombre son el agua, el fuego, el
hierro, la sal, la harina, el trigo, la miel, la leche, el aceite, el
vino, el vestido; cosas buenas sobre toda ponderación, pero que inclinan
a los pecadores a la maldad», según se lee en el Eclesiastés. Y la
misma obra expresa: «El fuego, el granizo, el hambre y la sequía, todo
esto ha sido creado con fines de venganza».
El cielo nos amenaza con sus cometas, astros y
planetas, con sus grandes conjunciones, con sus eclipses, oposiciones y
otros fenómenos adversos; la atmósfera con sus meteoros, truenos,
relámpagos, calores y fríos excesivos, fuertes ventarrones, tempestades
importunas, etc., de lo cual se originan la esterilidad, el hambre, las
plagas y toda ciase de enfermedades epidémicas, que han causado decenas
de miles de muertes entre los humanos.
En El Cairo (Egipto), cada tres años, como refieren
Botero y otros, morían 300.000 personas a causa de las plagas; y en
Constantinopla, 200.000, cada cinco o siete años a lo sumo. ¿Cuántas
veces la tierra nos espanta y castiga con sus terribles terremotos,
sobre todo frecuentes en China, Japón y el Oriente en general,
tragándose a veces hasta seis ciudades de golpe? ¿Cuántas veces las
aguas manifiestan su furor en forma de inundaciones e irrupciones,
arrasando ciudades, poblados, puentes, etc., además de causar
naufragios? Islas enteras han sido algunas veces sumergidas de repente
.con todos sus habitantes. En Zelandia (Holanda) y muchas otras partes
del continente europeo ha habido inundaciones, que en Irlanda fueron
ocasionadas por el desbordamiento del lago Erne. En los pantanos de
Frisia, debido a las tempestades, en 1230 el mar cubrió con sus aguas a
muchos miles de hombres e incontables animales.
En cuanto al fuego, el más cruel de los elementos,
¿no ha destruido en contados instantes ciudades enteras? ¿Qué población
antigua de alguna importancia no ha sido alguna vez asolada por la furia
de los elementos? Y más particularmente, ¿cuántos seres atacan
mortalmente al hombre? El león, el lobo, el oso, etc.; algunos con sus
cascos, otros con sus cuernos, colmillos, dientes y garras. ¿Cuántas
serpientes dañinas y animales venenosos están siempre en acecho para
atacarnos o exterminarnos del todo? ¿Cuántos peces, plantas,
murciélagos, frutas, semillas, flores, etc. podrían citarse que al ser
tocados o ingeridos o con su simple olor causan a veces graves
enfermedades cuando no la muerte?
Algunos hacen mención de mil venenos distintos,
pero se trata en verdad de pequeñeces. El más grande enemigo del hombre,
es el hombre mismo, que por instigación del diablo está siempre
dispuesto a causar daño, a ser el verdugo de su prójimo, a convertirse
en un lobo o en un demonio para él: homo homini lupus; homo homini daemon. Todos
somos hermanos en Cristo, o al menos hemos de ser miembros de un solo
cuerpo, siervos de un solo Dios, y sin embargo, ni el propio demonio es
capaz de atormentar, insultar o tiranizar como puede hacerlo un hombre
con su semejante.
Podemos prever la mayor parte de las enfermedades
epidémicas y aun huir de ellas. Los astrólogos nos predicen las sequías,
tempestades y plagas; los terremotos, inundaciones, destrucción de
viviendas, incendios, ocurren de vez en cuando y presentan señales que
los anticipan, pero no hay modo de evitar los ardides, imposturas,
injurias y villanías de los hombres. Podemos alejar de las ciudades a
nuestros enemigos declarados mediante barreras, muros, torres, ponernos a
cubierto de ladrones y bandidos estableciendo vigilancia y armándonos,
pero ninguna precaución cabe adoptar contra la astucia de los hombres y
su empeño de causar el mal. Aquí toda vigilancia es imposible, ante las
tretas y planes secretos que inventamos para perjudicarnos mutuamente. A
veces con la ayuda del diablo, facilitada por mediación de magos y
hechiceros, a veces por medio de la impostura, los brebajes, los
venenos, las estratagemas, los combates singulares, las guerras, nos
acometemos, herimos y matamos, como si fuéramos ad internecionem nati, semejantes
a los soldados de Cadmo cuya única misión era exterminarse unos a
otros. Es común leer que cien o doscientos mil hombres han sido muertos
en una sola guerra. Aparte de ello, se ha inventado toda clase de
instrumentos y aparatos de tortura: toros de bronce, potros, ruedas,
azotes, armas, máquinas, etc. Ad unum corpus humanum supplicia plura quam memora: Hemos
inventado más instrumentos de tortura que miembros tiene el cuerpo
humano, como bien observa Cipriano. Hay más aún: nuestros propios padres
por sus ofensas, indiscreción e intemperancia llegan a ser nuestros
enemigos mortales. Muchas veces nos causan pesar y propagan en nosotros
enfermedades hereditarias e inevitables y nosotros no tenemos reparo en
causar daño a nuestra posteridad: «Con crímenes por nosotros ignorados
nuestros propios hijos señalarán la edad venidera». Y aun parece que el
fin del mundo será peor, como predijo San Pablo.
Así, pues, somos malos por naturaleza, malos
genéricamente considerados, pero aun somos peores por nuestras
invenciones y artificios, y cada hombre es el mayor enemigo de sí mismo.
Con frecuencia estragamos nuestro propio organismo por abuso de los
dones que Dios nos ha dispensado: la salud, la riqueza, el vigor, el
ingenio, el saber, las facultades artísticas, la memoria, causando
nuestra propia destrucción. Perditio tua ex te: Tú eres la
causa de tu propio aniquilamiento. Así como Judas Macabeo mató a
Apolonio con las propias armas de éste, así también con nuestras propias
armas causamos nuestra destrucción; y la razón, el discernimiento, el
arte, todo lo que debiera sernos de utilidad y ayuda, se convierte en
simple instrumento de nuestra ruina. Héctor dio a Ayax una espada
diciéndole que mientras la usara contra sus enemigos le serviría de
ayuda y defensa, pero cuando luego la empleó para atacar a personas
inocentes, se hirió a sí mismo en el vientre. Así también cuando hacemos
buen uso de los excelentes instrumentos que Dios nos ha dado podemos
obtener de ellos mucho provecho; pero si hacemos lo contrario, esos
instrumentos causarán nuestro infortunio y estrago, como consecuencia de
nuestra imprudencia y nuestra debilidad, acerca de lo cual podrían
aducirse innumerables ejemplos. Es esto lo que San Agustín reconoció con
respecto a sí mismo en sus humildes confesiones: «Ingenio despierto,
memoria y elocuencia fueron buenos dones de Dios, pero el santo no los
empleó para gloria del Señor». Consultad a los médicos sobre este
particular y ellos os explicarán las consecuencias nocivas que producen
algunos de esos abusos -en número de seis- contra la naturaleza, como
causas de nuestras enfermedades, y como efecto de la embriaguez,
insaciable lujuria y orgiástico despilfarro de la salud. Piltres crápula quam gladius es una aseveración plena de verdad: los excesos en la mesa dañan y destruyen más que la espada.
Nuestra incontinencia causa en nosotros muchas
enfermedades incurables, nos hace viejos prematuramente, altera nuestro
temperamento y aun produce muertes súbitas. En última instancia, lo que
más nos hace sufrir son nuestras propias tonterías y locuras ( quos Jupiter perdit, dementat, Júpiter
empieza por quitar la razón a los que quiere perder, y Dios lo permite
privando al sujeto de su gracia protectora), nuestras flaquezas, falta
de autodominio, la facilidad con que cedemos a los deseos, abriendo
cauce a todas las pasiones y perturbaciones de la mente, en forma tal
que nos transformamos hasta degenerar en el estado de animalidad. Es lo
que el príncipe de los poetas, Homero, nota respecto de Agamenón, quien
cuando llega a moderar sus pasiones e inspira simpatía se asemeja - os oculosque Jovi par -
a Júpiter en las facciones y aspecto, a Marte en el valor, a Palas en
la sabiduría, y se convierte en un dios; pero cuando se deja dominar por
la ira es lo mismo que un león, un tigre, un perro, etc., y entonces en
nada se parece a Júpiter. De igual modo, en tanto que ajustamos nuestra
conducta a la razón, ponemos freno a nuestros desordenados apetitos y
obedecemos los mandamientos de Dios, nos parecemos a muchos santos, pero
si damos rienda suelta a la lujuria, a la cólera, a la ambición, al
orgullo y seguimos nuestros propios impulsos, degeneramos en animales,
transformamos nuestro propio ser, alteramos nuestra constitución
orgánica, excitamos la ira de Dios y somos víctimas entonces de la melancolía y de toda clase de enfermedades incurables, como justo y merecido castigo de nuestros pecados.
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